Razones equivocadas

EL HECHO DE QUE la causa de los niños convoque a no poca cantidad de personas e instituciones, debe hacernos sospechar que las razones que impulsan el llamado son de las más variadas. La diversidad de enfoques siempre es un presupuesto de la riqueza del conocimiento y en principio no habría nada de malo en ello, pero resulta que dicho principio es válido sólo para la ciencia, en la que los prejuicios y estereotipos han sido superados a través de una observación metódica de los hechos y una explicación basada en conceptos.

En el terreno de las opiniones encontraremos toda clase de mitos, falsedades, exageraciones, y frivolidades, que no ayudan a la causa de la niñez, más bien le hacen daño. El que un determinado individuo sea profesional en alguna disciplina del conocimiento científico no quiere decir que todas las dimensiones de la realidad que le circundan han sido transformadas por el prisma de la ciencia. A menudo encontramos gente destacada en la ciencia que es capaz de sostener las ideas más atrasadas e irracionales sobre ciertas cuestiones sociales.

En los últimos diez años, he podido constatar cómo se ha fortalecido el movimiento panameño por la niñez, al punto que hoy hay una red de actores institucionales -gubernamentales y no gubernamentales- que se movilizan por un cambio social en beneficio de la niñez panameña. Sin embargo, persisten anacronismos, ampliamente utilizados, frecuentemente aceptados, e irreflexivamente repetidos, que son negativos para la causa de la niñez, pues estimulan actitudes que van en contra de la dignidad y el respeto que todo niño y niña merece.

A continuación expongo los que me parecen más difíciles de combatir, y de cuya crítica se pueden derivar enseñanzas más profundas. Como en toda causa, el anhelo consiste en que todas las personas la abracen con naturalidad y espontaneidad y por las buenas razones. La frase más trillada es que hay que proteger a los niños porque ellos son el porvenir. Colocar a los niños en la posición de un bien futuro es ignorarlos como niños y acentúa el sentido de que lo verdaderamente importante y racional son los adultos, sus hábitos de vida y su manera de pensar y de sentir.

Lo que hay que decir enfáticamente es que los niños merecen nuestra protección porque son niños, y no porque van a ser adultos, pues de lo contrario estaríamos diciendo que no vale la pena ocuparse de los niños que no tienen un mañana. Una sociedad que da más espacio a sus niños en cuanto niños, que reconoce que los niños no son adultos y que no deben ser tratados como adultos, es una sociedad más humana y problablemente más solidaria con la misma población adulta.

Otro de esos prejuicios es que los niños no saben lo que hacen, ni piensan lo que dicen; es decir, que son personas incompletas. Más bien, los niños son personas en estado de crecimiento y desarrollo. El atributo de la dignidad humana lo poseen en su plenitud, y no debemos enfocarnos en las facultades que comienzan a desarrollar para sacar de ello una excusa para profundizar su vulnerabilidad. De la misma manera que los individuos adultos son seres también vulnerables según las circunstancias, los niños y niñas de hoy tienen más capacidades de lo que los adultos comúnmente creen.

Si reflexionamos un poco sobre la multitud de formas embrutecedoras que se apoderan de los individuos a medida que van dejando de ser niños, y miramos la niñez al contraluz de la barbarie de la población adulta, podemos descubrir en los niños una experiencia de lo mejor que tiene la especie humana, y de la que tenemos mucho que aprender para potenciar el género humano.

Un tercer prejuicio muy popular en nuestro medio es que ayudar a la niñez significa ayudar a la niñez pobre. Rápidamente aparecen en escena las más variadas formas de caridad y beneficencia que, aunque en su mayoría bien intencionadas, no permiten que se forje una conciencia ciudadana sobre las reales necesidades de los niñez en general, ni sobre las verdaderas raíces de la pobreza. Al identificar la causa de la niñez con la lucha contra la pobreza, dejamos a ambas desconocidas, lo que refuerza los males que aquí y allá se sufren.

Es cierto que en nuestro país se da la vergonzosa situación de que la mayoría de los pobres son niños y, peor aún, de que la mayoría de los niños son pobres; pero la conclusión que debemos obtener de allí es que la causa de los niños es una palanca de transformación social, una utopía no agotada, capaz de revitalizar la esperanza y el compromiso social por una sociedad mejor.

Finalmente, una equivocación a la que se llega por la confluencia de todas las anteriores es que a los niños se les protege físicamente y no a través de instituciones. Decimos que nos preocupamos por su bienestar, pero no se nos ocurre pensar en sus derechos. Preferimos hacerles un regalo, que darle aquello que es suyo, porque el derecho se los reconoce. En este contexto, quiero marcar una distancia crucial con respecto a aquellos que utilizan el concepto "interés superior del menor" para ignorar el mandato de la Ley e introducir una bochornosa discrecionalidad, que más temprano que tarde conduce a la arbitrariedad y al abuso.

Los niños tienen derecho a ser niños y a que se les trate como niños, lo que implica reconocerlos como personas en estado de crecimiento y desarrollo, capaces de ejercer su voluntad y comportarse racionalmente dentro de los parámetros propios al grado de desarrollo que hayan alcanzado.

La causa de la niñez es más acerca de los adultos que de los niños, pues los que tienen la obligación de cambiar, los que tienen que aprender y hacerse responsables por sus semejantes son precisamente los que han dejado de ser niños.
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El Panamá América, Martes 6 de diciembre de 2005