Introducción

El material que aqui se ofrece consiste, con una sola excepción, en columnas de opinión, una forma de escritura que aspira a comunicar una reflexión propia al gran público sobre un tema de actualidad.

Estos escritos fueron publicados en diversas circunstancias. El primero de ellos fue publicado en el diario La Prensa para celebrar los diez años de aprobación de la Convención sobre los Derechos del Niño por la Asamblea General de Naciones Unidas.

En aquel momento me desempeñaba como Editor Ejecutivo de ese rotativo y no escribía columnas de opinión sino material de carácter informativo. De la serie de escritos aquí presentados, este es el único que no se adecúa propiamente al formato del escrito del columnista y es más cercano a la exposición del académico.

Cuando lo escribí, lo hice a partir del impacto que me dejó la lectura de dos libros, el de Francoise Dolto ("La causa de los niños") y el de Lloyd deMause ("Historia de la infancia"). Intentaré explicar por qué lo incluyo aquí hacia el final de esta nota introductoria.

Salvo el último, los siguientes artículos fueron publicados entre julio y diciembre del 2005 en el diario El Panamá América en el espacio de la columna de opinión que apareció todos los martes por poco más de tres años, entre 2003 y el 2006 y en la que desarrollé temas esencialmente políticos. El último ensayo se publicó en diciembre de 2006, fecha en que empecé a discontinuar mi trabajo como columnista.

Estos artículos tratan de un fenómeno complejo que puede ser descrito de muchas maneras, sin que ninguna de ellas pueda reclamar especiales privilegios para la comprensión. Se trata de reflexionar sobre la aparición de los niños en el mundo público.

Que se firme una convención de derechos humanos, con la participación de más de 160 países, con el involucramiento de los tres sistemas jurídicos mundiales aportando y acordando definiciones y reglas comunes, en un diálogo de ideologías políticas muy diversas y con respeto hacia las creencias religiosas de todos los confines del globo, es un hecho muy elocuente acerca de la fuerza con la que "la cosas de la niñez" han adquirido una nueva importancia.

No obstante, desde la perspectiva que trato de elaborar no es suficiente con obsevar este hecho. Me interesa mucho más mostrar cómo la cuestión de la protección integral de la niñez desborda completamente el entendimiento tradicional de los cuidados de la niñez y arroja una nueva luz sobre nuestras instituciones públicas, sobre el funcionamiento de la democracia y la dinámica social e institucional de la protección de los derechos humanos.

Me explico. En los años setenta, los países del entonces "campo socialista" mostraban con orgullo cómo las políticas públicas de educación y salud eran las mejores formas de protección de la infancia. El colapso del Muro de Berlín en noviembre de 1989, coincidentalmente el mismo mes y año en que se firmó la Convención, se convirtió en el símbolo de un proceso de reversión de la historia: de la transición "hacia" el socialismo, el centro de atención se desplazó hacia la transición "desde" el socialismo.

La preocupación obvia era que la desmantelación acelerada de los regímenes socialistas significaría el desmoronamiento de la protección de los niños. En ese contexto, James Grant, a la sazón director ejecutivo de UNICEF, formuló un pensamiento que se haría muy popular en los noventa: "la democracia es buena para los niños". La frase sugería el hecho de que la vida de los niños, que discurría al margen del mundo público y político, se vería afectada positivamente por los cambios de corte político. Los niños no tienen que temerle a la democracia, pues. Pero no nos equivoquemos, no se trataba de constatar un hecho; más bien lo que se buscaba era vincular la cuestión de la niñez a la apuesta por la democracia.

Emilio García Méndez dobló la apuesta hecha por el Director Ejecutivo de UNICEF y reformuló la relación entre niñez y democracia así: "los niños son buenos para la democracia". Es decir, no basta con apostarle al establecimiento de regímenes democráticos, si la democracia no apuesta por los niños. "Los niños son buenos para la democracia" es la expresión de un reto para emprender la transformación de una sociedad autoritaria en una sociedad democrática, a partir de la premisa básica de que el respeto a los derechos de la persona debe orientar el camino de esa transformación.

En un magistral comentario sobre la intervención de García Méndez, Alessandro Baratta consideró a la suma de los derechos de la niñez, lo que el llamó la ciudadanía de la niñez, un principio constitutivo del proyecto democrático de las sociedades latinoamericanas de hoy.

Por eso, la democracia tiene mucho que aprender de la protección integral de la niñez. Se trata, además, de una concepción de la democracia que no supone la existencia previa de ciudadanos, sino que piensa las condiciones en que un individuo se transforma en ciudadano. Así escribí que la protección de la niñez es una "utopía necesaria".

Comprender cabalmente la Convención supone la destrucción del mito de que basta "un código" especialmente dirigido a los niños con carencias para honrar sus compromisos. Pero esto que se dice fácil, encuentra muchas resistencias tanto del mundo público como del mundo privado. El que crea que la protección de los derechos de la niñez es un tema menor, se equivoca. Es imprescindible pues abocarse a una reflexión sobre el sentido de una legislación de protección de la niñez, antes de entrar a discutir las tuercas y tornillos de un sistema de instituciones protectoras.

Si no saltamos esta reflexión previa terminaremos legitimando una maquinaria que en realidad no protege los derechos de niños y adolescentes y que responde a las conveniencias del poder y la complicidad de los que están del otro lado del mostrador.

En este sentido rescato lo planteado en el artículo "El niño del día del niño". Valoré entonces positivamente la iniciativa de establecer una nueva fecha para celebrar el día del niño sobre la base de que abría el espacio para poner por delante un cúmulo de ideas de avanzada, pero mis expectativas no se cumplieron. En materia de protección de la infancia, la mentalidad panameña dominante sigue siendo caritativa y asistencialista. Los mejores son los que piensan que a la niñez se la ayuda con la Teletón y con los albergues. Mientras más grandes los albergues, mientras más niños puedan albergar, mejor.

Como lo ha explicado tantas veces García Méndez, el amor y la compasión por la infancia caminan de la mano con las actitudes represivas y autoritarias hacia los mismos niños. Por eso dejo planteada al final de ese escrito la interrogante de si los males de la niñez no tienen acaso la misma raíz que los males de la polis.

Nunca está de más utilizar una columna de opinión para pasar por el tamiz de la crítica las más viejas y arraigadas opiniones que anidan como telarañas en la sensación de intemporalidad que crece a partir de la vida cotidiana. No hay nada más trillado que la frase "los niños son los ciudadanos del futuro". "Yo, niño", el último libro de Edson Seda, lo dice muy bien: los niños no son los ciudadanos del futuro; son los adultos del futuro, pero son ciudadanos en el presente. Simplezas como ésta, y otras más de uso frecuente, las examino en el artículo "Razones equivocadas".

Alrededor del mes de octubre del 2005 se escribió mucho sobre la cuestión del trabajo infantil y aporté algunas reflexiones en dos columnas que se publicaron en ese mes. Lógicamente, recibí criticas de empresarios que no entienden la diferencia entre el trabajo infantil que esclaviza a millones de niños a nivel mundial, y las actividades laborales en que se involucran los chicos y chicas de clase media cuando están de vacaciones de la escuela y que se desarrollan en un entorno protegido por la supervisón de adultos responsables que son parte de su nucleo familiar o muy cercanos a él.

También dediqué una meditación al sentido de la ciudadanía en la niñez y expliqué cómo y por qué tuvimos menores de edad que ejercían derechos políticos durante un corto tiempo, y dejé entrever la posibilidad de que dicha situación puede volver a repetirse. No obstante, me deja un poco insatisfecho el hecho de que este artículo no insiste lo suficiente en un tema que hoy me parece más importante: que en el lenguaje político del siglo XXI es crucial desarrollar el concepto de ciudadanía social, es decir, una concepción de la ciudadanía que, sin confundirse con la capacidad de contratación que desarrolla el derecho civil, no se reduce a la ciudadanía política.

Finalmente, la serie cierra con una reflexión sobre "el lenguaje de los derechos", que según explica el primer artículo, debe verse como el horizonte ético y político del mundo que hoy comparten adultos y niños. El lenguaje de los derechos de ninguna manera responde a una ética intemporal. Es más bien el producto del devenir histórico. Sin una comprensión de la historia, parafraseando a Santayana, estamos condenados a repetir los abusos contra la niñez.

Panamá, diciembre de 2007