Los niños en la historia

Nadie ha escrito aún la historia de los niños.

La historia es, por lo general, la historia de personas adultas. ¿Por qué para los historiadores los niños son seres invisibles, poco menos que fantasmas cuyo rastro por el mundo no deja huellas? ¿O es que acaso sí las deja?

Cada adulto lleva consigo, quiéralo o no, la huella de su niñez. Podemos ser más o menos conscientes de ello; podemos recordarla con entusiasmo o esconderla con dolor. En algunos casos esta huella puede ser un trauma, y su gravedad nos desconcierta y nos hace incapaces de pensar en el niño o la niña que fuimos. En consecuencia, la imagen que tenemos de la niñez adquiere connotaciones relativas a dicho trauma, sin que seamos conscientes de ello.

No es difícil aceptar que esta experiencia perdida (para la conciencia, pero que mueve nuestros actos, según Francoise Dolto) domina las relaciones con nuestros hijos. Lo que hemos ignorado por completo, como civilización, es cuánto de lo que es la sociedad, de lo que ocurre en la historia, responde a esa huella, a la vez invisible e indeleble que deja la infancia. Si la vida de la niños hubiese sido distinta, ¿serían nuestras sociedades distintas de lo que son?

Lloyd deMause, psicoanalista y fundador de la teoría psicogénica de la historia, ha mostrado cómo la huella de la niñez domina la sociedad, y ha desarrollado una visión de la historia gobernada por las motivaciones que orientan la conducta de los padres en relación con sus hijos.

Modos de relación paterno filial

El supuesto de la psicohistoria, como la desarrolla deMause, consiste en que ‘‘cada gene ración nace en un mundo de obje tos carentes de sentido que sólo adquieren su significado si el niño recibe un determinado tipo de crianza’’. El mundo es de determinada manera porque sus habitantes han sido educados y formados para percibirlo de esa manera. El mundo comienza a cambiar cuando quienes lo habitan –que son al mismo tiempo quienes lo hacen– reciben una educación que los orienta de un modo distinto.

Las fuentes históricas de la investigación que deMause publicó en 1982 bajo el título Evo lución de la Infancia, son las costumbres, las biografías, las historias de familia, la correspondencia privada, los diarios, las obras de arte y de literatura.Luego de estudiar los más diversos periodos históricos a través de numerosas generaciones, deMause ha identificado tres modos de relación entre padres e hijos. Uno es la proyección: los padres proyectan sobre sus hijos sus propios miedos y ansiedades y terminan haciendo con los niños lo que temen que otros les hiciesen a sí mismos.

Un segundo modo es la sustitución del niño por una figura adulta de la propia infancia, de suerte que se produce una inversión de la relación entre padres y niños.En el primer caso los padres pegan a sus hijos porque viven en una sociedad violenta en la que el sometimiento físico es siempre una opción cuando se produce un conflicto. En el segundo caso los padres maltratan a sus hijos porque sienten que sus hijos no los quieren como ellos se merecen.

DeMause reconoce una tercera forma de relación: los padres sienten empatía por las necesidades del niño. Es decir, se trata de una operación mental, que es tanto intelectual como emocional, mediante la cual se colocan en el lugar de sus hijos y buscan satisfacer las necesidades de la prole como si fueran propias.

Tipos históricos de crianza

Proyección, inversión y empatía se mezclan de modo muy desigual en la historia. Aunque deMause nos previene sobre las limitaciones de una intepretación lineal de la historia, nos presenta un esquema de la evolución de las formas de crianza a través del tiempo. De acuerdo con esta teoría, todas las formas de relación paternofilial suscitadas en el pasado quedan contenidas en el presente, a lo Hegel.

Esta división en periodos distingue el surgimiento, no necesariamente la preponderancia, de seis tipos, cada uno más avanzado que el anterior, en que la resolución de las ansiedades de los padres configura la relación paternofilial de un modo específico. La primera y más primitiva de estas formas es el infanticidio, capturado simbólicamente en la historia de Medea, quien mató a sus hijos tras una crisis personal.

El cristianismo influyó en el modo de tratar a los niños al suponer que tenían alma. Esto hizo disminuir la incidencia del infanticidio, pero dio lugar al abandono, es decir, los padres entregaban al niño a una nodriza o un ama de cría. DeMause descubre que, hacia el siglo XIV, aparece una idea nueva: al niño se le debe moldear. Esta actitud se basa en una profunda ambivalencia y se manifiesta en un incremento de manuales de instrucción infantil, así como en la ampliación del culto a la Virgen y al Niño Jesús. Estos tres tipos históricos, infanticidio, abandono y ambivalencia, destacan elementos de proyección e inversión.

El cuarto tipo histórico lo encuentra deMause en el siglo XVIII, el siglo de la pediatría. Los padres comienzan a preocuparse por la salud del niño. Se produce una intrusión de los adultos en el interior de los niños. No está de más recordar que es en este siglo cuando comienza a haber una fuerte disminución de la mortalidad infantil y se sientan las bases de la transición demográfica que caracterizará a las sociedades modernas.

El siglo XIX es el siglo de la conciencia social, y los padres educan a sus hijos para que estos se adapten a la sociedad. También se hace de su crianza una tarea parcialmente social. Dice deMause que todos los debates sobre los métodos sociales de crianza, lo cual incluye a Freud y a Skinner, tienen como horizonte la socialización.

DeMause identifica el surgimiento de un sexto tipo hacia mediados del siglo XX y lo define como el método de ayuda. Este sexto tipo es al mismo tiempo un estadio psicogénico superior a los anteriores, porque representa un grado de evolución y complejidad mayor. De acuerdo con este tipo, los niños saben, mejor que sus padres, lo que necesitan en cada etapa de su vida; padre y madre empatizan con sus hijos y se esfuerzan en satisfacer las necesidades que los niños tienen como tales.

Para los padres que han alcanzado este estadio psicogénico, el niño no debe recibir golpes ni maltrato verbal, pero sí debe recibir disculpas cuando se le trata injustamente. Los padres reconocen por primera vez que la crianza requiere de tiempo y debe basarse en el diálogo. El juego se convierte en una actividad legítima de la infancia, como manifestación de su nivel de desarrollo biológico, psíquico y social.

¿Culto a la infancia?

Los niños de hoy siguen siendo utilizados para representar las ansiedades de los adultos. Los representamos como pobres, desvalidos, vulnerables, intentando justificar así una supuesta protección que los adultos no aceptarían para sí mismos.

O bien, los representamos como queremos que sean, ‘‘normales’’ según estereotipos que solo la ignorancia sustenta, y hacemos de los niños de verdad, los del vecindario, los que andan en las calles, o los que viven en instituciones, seres proclives al mal, al pecado, a la deformación moral, y respondemos con represión, castigo y maltrato.

Estas no son dos versiones de la infancia. Son la dos caras de una misma moneda falsa. Francoise Dolto no cree que en nuestras sociedades modernas haya un culto a la niñez, y lo que muchas veces pasa por ese nombre pudiera revelar nuevas formas de escamotearle a los niños su historia. Dolto, que murió en 1988, lo ha dicho sin ambages: ‘‘la causa de la niñez está muy mal defendida’’.

Ya sean médicos, trabajadores sociales, o jueces, todos estos ‘‘especialistas’’ han trabajado históricamente en formas institucionalizadas de represión y maltrato a los niños. Y cuando dicen que defienden a los niños, sólo buscan defenderse a sí mismos, sus puestos de trabajo, sus prerrogativas, su poder.

Etica y política

Hoy el reto consiste en tratar a los niños como personas que son, con la dignidad y el respeto que se merece todo individuo. Tenemos que aprender a ponernos en su lugar y a tratarlos como nosotros quisiéramos que nos trataran si estuviéramos en esa posición. No se trata de un igualitarismo vacío. Se trata de que los derechos que los niños tienen derecho a tener son los que necesitan para convertirse en individuos plenamente desarrollados, biológica, síquica y socialmente. Esta es la ética de la niñez.

Pero también hay una política. Hoy la lucha por los derechos de la niñez, que es la única forma de llevar adelante ‘‘la causa de los niños’’ es también una palanca de transformación social.
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La Prensa, Sábado 20 de noviembre de 1999